La familia sólo pensaba en bien casarla, pero ella tenía un único anhelo; entrar de novicia en el convento de Santa Catalina, conocido como "de las Catalinas". Sus padres, que habían puesto sus esperanzas en ella, no entraban en razón y se negaban a consentir en sus deseos.
Así las cosas, le concertaron, a sus espaldas y sin mediar con sentimiento alguno, matrimonio con un noble joven de familia acaudalada. La muchacha, al enterarse, escapó de su casa y se fue a refugiar al Convento de Santa Catalina. Entró en la capilla y, puesta de rodillas, rogó al Cristo que allí había que le ayudase en sus deseos de ordenarse monja y no permitiera su matrimonio.
Tan grande era la fuerza de su vocación y la tristeza que sus quejas llevaban que el Cristo no pudo por menos que acceder a sus deseos y, para que así ella lo supiera, obró el milagro; la talla de madera se inclinó sobre ella y le hizo un gesto de asentimiento. Los padres, que habían corrido tras de ella, fueron testigos de la escena y del milagroso suceso que allí aconteció y, ante el inequívoco significado de lo que habían visto, no pusieron más reparos a su hija.
A los pocos días María Alcolea entraría en el convento con el nombre de María de San Jacinto. El Cristo de madera, desde entonces, permanece inclinado en la postura en la que fue visto.